Valeriano y Tiburcio, desafiaron la persecución anticristiana. Máximo, su carcelero, se convirtió al ver al ver cómo los ángeles tomaban sus almas.
En el año 229, en medio de las persecuciones anticristianas, tres rebeldes en Roma desafiaron el peligro para salir en las noches a enterrar a los cristianos mártires y a llevar comida y consuelo a los fieles ocultos.
Valeriano y su esposa, Cecilia, fueron fervientes seguidores de Jesús. Valeriano, bautizado por el Papa Urbano I, convirtió también a su hermano Tiburcio. Los tres dedicaron sus vidas a ayudar a los cristianos perseguidos.
Hasta que una noche los hermanos fueron descubiertos, encarcelados y sentenciados a muerte por el prefecto Almaquio. Antes de la ejecución, Cecilia fue a visitarlos a la prisión y los animó a enfrentar con fe y tenacidad esa difícil prueba, incluso la extrema del martirio.
Máximo, el carcelero que los había detenido, los llevó a un templo y los obligó a hacer sacrificios a los dioses paganos, pero cuando se negaron a obedecer, los mató. Sin embargo, al ver cómo los ángeles tomaban las almas de los hermanos, Máximo también se convirtió a la fe cristiana.
Cecilia, valiente y devota, los enterró en las catacumbas de Via Appia, a pesar del peligro para su propia vida. Sus reliquias descansan ahora en la basílica dedicada a Santa Cecilia en el Trastévere, Roma.
Fuente: Vatican News
Imagen: Fragmento del fresco «Oratorio de Santa Cecilia, entierro de Valeriano y Tiburcio» (1504-1506), por Amico Aspertini.